Trump y el Ucraniagate: La política exterior en función de la política interna
Trump y el Ucraniagate: La
política exterior en función de la política interna
Roberto
M. Yepe[1]
La
actual coyuntura en los Estados Unidos es potencialmente peligrosa para la paz
internacional. Me refiero a un tema ancestral de la política: la creación
artificial de crisis internacionales -con guerras incluidas en caso necesario-,
para desviar la atención, disminuir la presión e intentar superar crisis de
orden interno. En una reciente mesa redonda de la televisión cubana, el
profesor e investigador Jorge Hernández Martínez recordaba la película Wag the Dog, en la que
la dirección de Barry Levinson y el protagonismo de Dustin Hoffman y Robert de
Niro recrean tal situación de manera satírica y brillante.
Para
ser justos, es necesario reconocer que el gobierno de Trump ha mostrado un
patrón consistente de evitar nuevas aventuras y compromisos militares en el
exterior y, en su lugar, ha optado por la repartición a diestra y siniestra de
sanciones, presiones y amenazas para intentar alcanzar sus objetivos de
política exterior de una manera mucho más económica y menos costosa
políticamente al interior de la sociedad estadounidense. Este comportamiento
responde a una de las principales promesas electorales de Trump, consistente en
tratar de revertir el legado de guerras y presencias militares externas indiscriminadas,
interminables, onerosas y contraproducentes originadas durante gobiernos
anteriores. De esta manera, el entonces candidato a la presidencia se mostraba
sensible y presto a aprovechar electoralmente un estado de opinión ampliamente
mayoritario en el electorado estadounidense. Quizás había tomado debida nota de
la grave
advertencia realizada algún tiempo antes por Chuck Hagel,
un veterano republicano insertado como Secretario de Defensa en el gobierno de
Barack Obama, en el sentido de que el público estadounidense se estaba
posicionando claramente en contra de las intervenciones militares en el
exterior.
En
este contexto se explica la apresurada retirada de Siria, decisión arriesgada
que, si bien es coherente con el cálculo electoral de Trump, por el momento ha
brindado nuevas municiones a sus adversarios, previamente movilizados y energizados
a raíz del Ucraniagate, al tiempo que ha socavado el apoyo de algunos de sus
principales aliados en el Congreso.
El
proceso de impeachmeant está
avanzando y, aunque su posible desenlace es incierto, es evidente que se están
conjugando fuerzas muy poderosas y deseosas de saldar cuentas con el actual
presidente de los Estados Unidos, dentro de las que se incluyen sectores
importantes de la denominada “comunidad de inteligencia”. En definitiva, el Establishment (Trump y sus acólitos prefieren
hablar del Deep State) siempre tiende
a imponerse y podría haber llegado el momento de volver a poner las cosas en su
lugar. Si bien el sistema político estadounidense es esencialmente
plutocrático, también es portador de tradiciones republicanas y democráticas
que históricamente han sido convenientemente utilizadas para sustentar los
mitos asociados al “excepcionalismo” de los Estados Unidos y su imagen
supuestamente modélica para el mundo. Desde esa perspectiva, el comportamiento
de Donald Trump podría haber terminado por convertirse en una amenaza
existencial que requeriría de un escarmiento ejemplarizante.
Pero
en la política no existen las leyes inexorables ni los resultados
predeterminados. Trump, su camarilla, determinados sectores del Establishment y el significativo
segmento del electorado estadounidense que lo apoyan parecen estar dispuestos a
dar la batalla política hasta las últimas consecuencias. Y para sobrevivir y
prevalecer podrían llegar a sentir la necesidad de recurrir a la fórmula de Wag the Dog, aplicando la hipertrofiada
maquinaria bélica estadounidense contra la víctima de turno más conveniente en
cualquier lugar del mundo.
[1] Politólogo y jurista. Profesor del Instituto
Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” (La Habana, Cuba).
Comentarios
Publicar un comentario