Cuba ante el gobierno de Joe Biden
Cuba ante el gobierno de Joe Biden
Por Roberto M. Yepe
Politólogo y jurista
La victoria del candidato Joe
Biden ha sido acogida con regocijo por una parte importante de la población
cubana y renueva las esperanzas de un futuro mejor para las relaciones entre
Cuba y los Estados Unidos. Lamentablemente, existe otra porción de connacionales
que parecería guiarse por el principio de “cuanto peor, mejor”, en el sentido
de que resultaría preferible tener en Washington a un presidente como Reagan, los
Bush o Trump, por tratarse supuestamente de enemigos más predecibles y descarnados
que favorecerían la cohesión del pueblo cubano y fortalecerían su conciencia
como habitantes de una plaza sitiada. Por el contrario, gobiernos como los de Carter,
Obama o Biden, manteniendo el mismo objetivo estratégico de derrocar a la
Revolución Cubana, utilizarían métodos más arteros y engañosos para fomentar la
desunión y la desmovilización de los cubanos.
No dedicaré este texto a plantear
mayores cuestionamientos con respecto a esa segunda posición. Me limitaré a
señalar que su mayor problema radica en no ponderar adecuadamente las graves y
trágicas consecuencias que tienen medidas y acciones como las adoptadas por el
gobierno de Trump para millones de cubanos, ya sea en términos de sus
relaciones familiares como de sus condiciones materiales de existencia
cotidiana. Además, siempre debe tenerse en cuenta que la política del gobierno
de Trump hacia Cuba, en caso de haber mantenido su actual ritmo y dirección durante
un segundo mandato, conducía inexorablemente hacia un único destino: la
confrontación militar entre ambos países.
No me resulta posible afirmar categóricamente
cuál de las dos posiciones es actualmente la predominante en la población
cubana, pues en nuestro país no existen encuestas públicas sobre las opiniones
políticas de sus ciudadanos que permitan contar con una evidencia empírica,
aunque existen muchas razones para pensar que el repudio a las políticas de
Trump y el optimismo (en diferentes grados) respecto al futuro gobierno de
Biden son hoy actitudes ampliamente mayoritarias entre los cubanos que habitan
el archipiélago.
Situándome entre los que
sostienen que la construcción de la mejor relación posible con los Estados
Unidos forma parte del interés nacional de Cuba, a continuación enunciaré de
manera general los que, a mi juicio, deberían ser los componentes principales
de una estrategia nacional encaminada a lograr tal objetivo durante los
próximos cuatro años del gobierno de Biden. Por tal estrategia nacional
entiendo un esfuerzo deliberado, concertado, coherente y sistemático de los más
diversos actores del gobierno y de la sociedad civil encaminado a establecer un
denso tejido de relaciones con sus respectivas contrapartes estadounidenses, a
manera de generar un círculo virtuoso que sea extremadamente difícil de
revertir en el futuro. La vida demuestra, una y otra vez, que en la política y
en las relaciones internacionales no hay ningún proceso que pueda considerarse
definitivamente irreversible, pero en el tema que nos ocupa, si desde ambos
lados del estrecho de La Florida existiera real voluntad y se actúa consecuentemente,
en los próximos cuatro años se podría avanzar mucho más que lo que se hizo durante
el muy corto período de los dos últimos años del segundo mandato de Obama.
El primer componente sería la
renovación profunda y acelerada del proyecto nacional cubano, orientándolo
decididamente hacia la creación de condiciones que propicien el desarrollo
económico sostenible, la justicia social y el imperio efectivo del poder
popular y ciudadano. Apoyándome en la
conocida y metafórica canción de Tony Ávila, este componente se podría resumir en
la necesidad de remodelar nuestra casa, aunque ya no podría coincidir con el
cantautor en cuanto a la posible inconveniencia de andar de prisa. Aquí debe
quedar claramente establecido que la necesidad de tal renovación es algo que
emana de las precarias condiciones materiales de existencia que tiene que
enfrentar hoy la amplia mayoría del pueblo cubano y, por tanto, debe acometerse
por la simple e imperiosa razón de atender a su bienestar. Es decir, jamás
debería ser considerada como algo que no queda más remedio que consentir para
descomprimir presiones internas o como moneda de cambio para complacer a un
actor externo. La razón de identificarla como el punto de partida de una
estrategia hacia los Estados Unidos radica en que se trata del factor que,
desde el lado cubano, podría inducir de manera más efectiva un cambio positivo
en la política estadounidense hacia Cuba, al estimular y potenciar a los
elementos más favorables dentro de un gobierno de Biden que podría tener un
margen de maniobra político bastante reducido, o que eventualmente podría no
definir un claro interés en la reactivación del proceso de normalización de
relaciones bilaterales iniciado con el gobierno de Obama. En otras palabras,
todo lo que pueda hacerse para mejorar las condiciones de vida del pueblo
cubano tendría un impacto inmediato y directo en el mejoramiento de la posición
de la sociedad y las autoridades cubanas vis
a vis la sociedad y las autoridades estadounidenses.
Un segundo componente
estratégico, íntimamente vinculado o condicionado por el primero, sería la
intensificación de las acciones de influencia positiva sobre la sociedad y el
sistema político estadounidenses. Aquí debe partirse del reconocimiento de algo
evidente. En su relación con los Estados Unidos, Cuba enfrenta una condición de
asimetría abismal en términos de sus respectivas capacidades nacionales. Sin
embargo, ello no debería llevar a la subestimación del poder “blando” e
“inteligente” que Cuba puede desplegar hacia la sociedad estadounidense en los
más diversos sectores, como la ciencia y la tecnología, la salud, la cultura,
la educación y el deporte. Igualmente, es muy amplio el espacio para la
profundización de la cooperación bilateral en fenómenos transnacionales como el
cuidado del medio ambiente y el enfrentamiento al terrorismo y a la
delincuencia organizada. Por último, y no por eso menos importante, como parte
y consecuencia del proceso de renovación del proyecto nacional anteriormente
apuntado, el tema económico podría asumir una importancia mucho mayor de la que
ya tiene, a pesar de la permanencia del bloqueo estadounidense.
En esta labor de influencia
positiva, facilitada por un proceso de renovación nacional, la población de
origen cubano debería tener un lugar central. El hecho de que una parte
significativa de dicha población se haya montado en el carro del trumpismo y
del odio visceral hacia Cuba y hacia las personas que la habitan no debería
conducir al desaliento. Insisto en la idea de que, en los procesos políticos,
no existe nada completamente irreversible. Hay que darle tiempo al tiempo. Lo
que se requiere desde el lado cubano, con urgencia, es un proceso creativo de
acciones y medidas que briden a su emigración la oportunidad de contribuir de
manera activa en el desarrollo económico, social y político de su país de
origen.
Por último, un tercer componente
estratégico tiene que ver con la cambiante correlación de fuerzas a nivel
global. La preponderancia de los Estados Unidos establecida firmemente en el
orden internacional resultante de la Segunda Guerra Mundial parecería estar
llegando a su fin. De hecho, en el caso de que no puedan controlarse rápidamente
los diversos impactos de la pandemia del Covid-19 en ese país, dicha
preponderancia pudiera estar ya herida de muerte. Así, la reconfiguración de la
distribución internacional del poder parecería gravitar cada vez más hacia la
masa continental euro-asiática, dentro de la que se destaca un vínculo
chino-ruso de mutua conveniencia cada vez más intenso, que hubiera sido
insólito hace algunas décadas atrás.
Sin embargo, sería un peligroso
error subestimar el poder estadounidense. En cualquier escenario, debe
esperarse que el coloso norteño compita decididamente para mantener una
posición de primus inter pares en el
escenario mundial y eso siempre tendrá muy serias implicaciones para el
continente americano, para bien o para mal. En este punto, debe tenerse
presente que en el pensamiento estratégico y geopolítico estadounidense el
hemisferio occidental, desde Alaska hasta la Patagonia, está definido de manera
pétrea como una zona de influencia exclusiva de los Estados Unidos. Y dentro
del hemisferio occidental, la Cuenca del Caribe, en la que se ubica Cuba, está
definida como un área geográfica vital para su seguridad nacional.
El debilitamiento relativo del
poderío estadounidense, las actuales tensiones en la relación trasatlántica, el
indetenible ascenso de viejas y nuevas grandes potencias, y la actual situación
pandémica mundial conducen a pronosticar -para un horizonte temporal de entre cinco
a diez años- la configuración de un mundo cruelmente competitivo y conflictivo,
en el que se acentuarán las tendencias al caos y al debilitamiento de la
siempre precaria legalidad internacional y de las instituciones multilaterales
que trabajan afanosamente para tratar de sostenerla. Estos condicionamientos
globales, de naturaleza estructural, podrían conducir a los Estados Unidos a
reforzar una tendencia, ya bastante visible desde el primer gobierno de Obama,
a reafirmar su influencia y control sobre las naciones del continente
americano, en detrimento de la influencia real o potencial de otras potencias
extracontinentales. Y tal reafirmación podría intentarse tanto por las buenas,
ejemplificada en la entonces nueva política del gobierno de Obama hacia Cuba,
como por las malas, como ha venido ocurriendo con la política hacia Venezuela
desde el propio mandato de Obama y que ha sido intensificada durante el
gobierno de Trump.
Frente al escenario anteriormente
esbozado, y con el objetivo primordial de preservar su independencia política y
ampliar sus márgenes de maniobra, parecería conveniente que Cuba acentúe el
desarrollo de una política exterior de electrón libre, consistente
esencialmente en diversificar al máximo y de manera flexible sus asociaciones
externas y atenuar ciertas dependencias económicas excesivas con respecto a
algunos países. Obviamente, el alcance extraterritorial del recrudecido bloqueo
estadounidense limita grandemente las opciones para la ampliación de las
relaciones económicas externas de nuestro país, pero el advenimiento del nuevo
gobierno de Joe Biden y el carácter marcadamente competitivo del mundo
previsible para los próximos diez años podrían abrir nuevas y promisorias
oportunidades.
Para favorecer esta tendencia, y
en particular la captación de inversiones extranjeras directas –que son vitales
para reanimar nuestra maltrecha economía y cuya oferta a nivel mundial pudiera
mantenerse muy deprimida durante los próximos años-, convendría disminuir
cierta carga ideológica y determinado énfasis en el tema de la continuidad presentes
en el discurso oficial cubano de los últimos años y que, en mi opinión, resultan
excesivos y contraproducentes, y debieran ser reemplazados por un énfasis en la
idea de “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Si ello fue una respuesta a la
agresividad irrespetuosa del gobierno de Trump hacia Cuba, en la nueva
coyuntura pierde su posible sentido. Por otra parte, también vendría bien
superar algunos remanentes del pasado que resultan incomprensibles, como la
ausencia de relaciones diplomáticas con un país de tanta importancia como Corea
del Sur.
Debe subrayarse que, a diferencia
de la economía, que ha sido históricamente la gran asignatura pendiente del
proceso revolucionario cubano, su política exterior ha tendido a ser muy exitosa
y, como tal, ha constituido uno de sus baluartes más sólidos para lidiar con
los sucesivos gobiernos de 12 presidentes estadounidenses. Su diplomacia, uno
de los instrumentos principales de dicha política exterior, es una de las más
profesionales y eficaces del mundo, sin lugar a dudas. Sin embargo, es poco
probable que pueda continuar operando en una especie de compartimento estanco,
sin resentirse severamente por las dificultades económicas extremas por las que
atraviesa el país en estos momentos. En definitiva, las personas que participan
en la ejecución de la política exterior cubana, ya sea desde los diferentes
niveles y órganos del gobierno como desde la sociedad civil, son parte del
pueblo y se deben a él.
Como habrá podido apreciarse,
existe una interconexión entre los tres componentes estratégicos anteriormente expuestos
y, de hecho, parecería que el primero, relativo a la renovación del proyecto
nacional cubano, constituye un prerrequisito para poder desarrollar
exitosamente los otros dos.
Agradecido por su fenomenal analisis de la realidad cubana sin ambiguedades, sin arribismo, sin triunfalismos, sin culpabilidad innecesaria, solo proponiendo un comienzo logico, razonado e imposible de rechazar siquiera, por los extremistas mas empotrados en Cuba, sabiendo que no nos queda otra alternativa que no sea echar a andar al pais en esta direccion, perfeccionar o corregir los errores sobre la marcha, pero avanzar sin miedo a caernos o errar, lo cual ha mantenido estancado y muriendo lentamente al pais durante decadas.
ResponderBorrarBasta un cambio en el enfoque y la direccion del gobierno de Cuba, para que nuestro pais avance cada año, el equivalente a los 5 años que les tomaria a nuestros vecinos, debido a la multitud de recursos ecnomicos, tecnicos, profesionales y cientificos despreciados y arrumbados por incomprensiones humanas, que esperan y estan al alcance de la nacion.
Hasta tanto nuestro pais y el gobierno no reconozca, que el 90% o mas de sus hijos radicados en el exterior no son adversarios o enemigos de Cuba y el pais cese de tratarnos como tales y continuen exigiendonos unidad de vision y caracter como si nuestros hermanos en Cuba fueran una masa homogenea, uniforme e incondicional a los dictamenes del gobierno por no expresarlo, dejarian de existir de inmdiato las divisiones, las dudas, las sospechas y las incertidumbres que entorpecen, dificultan y limitan la integracion entre los hermanos y el futuro del pais.
El futuro de Cuba y su contribucion al mundo, es demasiado importante y no puede ser descarrilado por algunos sectores dentro y fuera de Cuba, que se han beneficiado, lucrado, posesionado y cebado en las ansiedades, temores y prejuicios acumulados en el pais, sembrando dudas, temores, escepticismos y viviendo del "coco" que nos devorara durante mas de medio siglo.
Nuestro gobierno central debe transferir a los gobiernos provinciales parte de su abultada burocracia y transferirles la autoridad sobre el desarrollo de sus territorios, estimulando la competencia y el orgullo inter-regional y el sentimiento de pertenencia, donde cada dirigente sera evaluado en base a su trabajo, acierto y los resultados alcanzados en su region, dejando atras el divorcio y la enajenacion del pueblo que desconoce en gran mdedida, quienes son ni de donde salieron sus dirigentes, los que a la vez retendrian un 80% o mas de los ingresos economicos producidos en sus territorios.
Descentralicense la aglomeracion de ministerios indiferentes y apaticos en la Habana, los que contribuyen a asfixiar el desarrollo del resto del pais, re-ubicandolos en las provincias mas afines con su perfil a saber, Agricultura en Ciego de Avila, Tabaco en Pinar del Rio, Mineria en Holguin, Minaz en las Tunas, Transportes en Camaguey, Cafe y Cacao en Baracoa etc., en el renacer del nuevo pais, en el que, los ministerios mas grandes e importantes sean los de Educacion, Salud, Medio Ambiente, Deportes, Cultura etc., y donde descubriremos que todo camino de entendimiento y la solucion del diferendo entre los Estados Unidos y Cuba, pasa por Guantanamo y no por la Habana.