Los Estados Unidos, Ecuador y la revelación de Craig Murray
En
octubre de 2012 el
exembajador británico Craig Murray reveló que los Estados Unidos habían
destinado 87 millones de dólares a influir en las elecciones que se celebrarían
en el mes de febrero del siguiente año en Ecuador, con el objetivo de impedir
la reelección del presidente Rafael Correa.
Al
recordar este antecedente y apreciar la tensa situación existente en estos
momentos en el país andino, es lógico sospechar que mucho dinero norteamericano
ha seguido fluyendo para desestabilizar y finalmente hacer fracasar a la
Revolución Ciudadana encabezada por el brillante estadista ecuatoriano. Aunque
no comulgo con la percepción de que todo lo malo que ocurre en América Latina y
el Caribe es atribuible a la acción del imperialismo, sería una ingenuidad pensar
que los Estados Unidos hayan seguido una política diferente luego de las
elecciones de 2013. El presidente Correa, sencillamente, no puede ser
perdonado, a partir de sus respectivas decisiones de cerrar la base militar
norteamericana de Manta, de incorporar a su país al ALBA-TCP y de conceder
asilo diplomático a Julian Assange. Además, en un sentido más amplio,
posiblemente se trata, a nivel mundial, del jefe de Estado mejor preparado
teóricamente para exponer y propagar verdades y argumentos demoledores contra
el neoliberalismo y sus nefastas consecuencias.
Lo que
sucede hoy en Ecuador constituye un poderoso recordatorio de que la política
norteamericana hacia América Latina y el Caribe sigue estando regida por
fuerzas, mecanismos y objetivos retrógradas e inerciales, extremadamente
resistentes a cualquier intento de cambio y orientados a preservar, consolidar
y recrear un sistema de dominación multidimensional que, por definición, es
incompatible con la adopción de posturas respetuosas de la soberanía y de no
injerencia en los procesos políticos internos de los países de la región, más
allá de lo que eventualmente pueda ser expresado en declaraciones y comunicados
oficiales, y de las buenas intenciones que pudiera tener el Presidente de
turno, como es actualmente el caso de Barack Obama, quien se sitúa definitivamente
a la izquierda dentro del espectro político-ideológico del establishment
norteamericano y cuyo gobierno fue capaz de reunir el apoyo interno y el coraje
políticos necesarios para producir un encomiable cambio en la
política hacia Cuba.
Incapaz
de vencer electoralmente a Rafael Correa, la derecha oligárquica ecuatoriana se
lanza temerariamente a acciones desestabilizadoras y golpistas, siguiendo un
patrón que no es tan novedoso como nos han querido sugerir los teóricos de los
golpes “suaves” o “blandos” (que, dicho sea de paso, de suaves o blandos no
tienen nada, como seguramente nos recordarán los familiares de las víctimas de
la violencia derechista en Venezuela y en el propio Ecuador), sino que fue
desarrollado arquetípicamente contra el gobierno guatemalteco de Jacobo Árbenz
en 1954 y el chileno de Salvador Allende en 1973, pero que incluso tuvo
antecedentes en países centroamericanos durante la primera mitad del siglo
pasado. En todos los casos, con mayor o menor visibilidad, pero de manera
siempre decisiva, ha estado la acción planificadora, financiadora e instigadora
de los correspondientes órganos de inteligencia y operativos de los Estados
Unidos. No hay ninguna razón para suponer que ahora, en Ecuador, esté
ocurriendo de manera diferente. Y, frente a ello, las fuerzas de izquierda en
todo el mundo están obligadas a intensificar la solidaridad internacionalista
con la Revolución Ciudadana, en tanto ejemplar proceso democrático y
antineoliberal. Es lo menos que merece un pueblo que, junto a su Presidente,
concluye sus actos políticos multitudinarios cantando el “Hasta Siempre” de
Carlos Puebla.
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