La CELAC y el multilateralismo regional
La CELAC y el multilateralismo regional
Roberto M. Yepe
Papastamatin
Profesor del
Instituto Superior de Relaciones Internacionales
“Raúl Roa García” (La
Habana, Cuba)
Ponencia presentada en el Coloquio
Internacional “Desafíos contemporáneos estratégicos de la Diplomacia de
Cumbres: CELAC e Iberoamérica, organizado por la FLACSO (6 y 7 de junio de
2013, La Habana, Cuba)
La
creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)
planteó la interrogante sobre cuál serían sus implicaciones para el resto de
los procesos multilaterales de concertación política, cooperación e integración
que coexisten en nuestro continente. Dentro de ella, el tema más controversial -y
que en su momento motivó abundantes titulares prensa- tiene que ver con el futuro
del Sistema Interamericano, en particular de la OEA.
Es
una cuestión latente que en algún momento deberá tener una solución. Pienso que
incluso en el deseable escenario de una América Latina y el Caribe mucho más
unida que en la actualidad, posiblemente sea conveniente y necesario
desarrollar mecanismos institucionales multilaterales con los Estados Unidos,
como vía para amortiguar y contener sus tendencias hacia el unilateralismo y el
irrespeto del Derecho Internacional, y para
discutir en pie de igualdad temas de interés para ambas partes. Pero estas
instituciones no deberían tener la misma esencia y principios operacionales del
actual Sistema Interamericano, y probablemente tampoco convendría que
mantuvieran su sede en Washington, como ocurre hoy con la OEA y su Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. El Sistema Interamericano, tal cual se
concibe y funciona en la actualidad, es incompatible con el proceso unitario
latinoamericano y caribeño.
En
un segundo orden, aunque no por ello se trata de un tema menos complejo, está
la cuestión de la relación de la CELAC con el conjunto de organismos y foros
multilaterales propiamente latinoamericanos y caribeños preexistentes, de los
que una buena parte ha estado padeciendo largas crisis existenciales o no
muestran los resultados concretos esperados. En este sentido, parece inevitable
y necesario que nuestra región se aboque a un proceso de racionalización y
redefinición de aquellos mecanismos multilaterales que han perdido relevancia.
Debe tenerse en cuenta que muchos de los gobiernos latinoamericanos y caribeños
enfrentan serias limitaciones en cuanto a su capacidad institucional para
atender adecuadamente a los múltiples foros y organismos multilaterales existentes
a nivel regional, y los funcionarios de sus cancillerías y otros órganos
gubernamentales suelen simultanear dicha atención.
Dentro
de este conjunto de organismos habría que diferenciar a aquellos mecanismos subregionales
(SICA, CARICOM, MERCOSUR, entre otros) que, con todos sus problemas, mantienen
una razón de ser, y aquellos como el SELA, la ALADI y la OLADE, entre muchos
otros, que tal vez deberían redefinirse como órganos técnicos de la CELAC, como
parte de un proceso de construcción y desarrollo institucional que resulta
ineludible si realmente se desea avanzar en el logro de los objetivos estratégicos
que se ha planteado esta organización.
La UNASUR
es un caso particularmente exitoso y representa una referencia del tipo de
desarrollo institucional que se requiere en el marco geográfico más extenso de
la CELAC, aunque inevitablemente ello transcurra mediante un proceso más lento.
Por
su parte, los países del ALBA-TCP constituyen un factor impulsor de un
desarrollo más profundo de la CELAC, dentro del marco de los principios de la
flexibilidad, el gradualismo, el respeto a la diversidad y el pluralismo
político e ideológico que la sustentan.
Con
el ALBA, PETROCARIBE, la UNASUR y la CELAC puede hablarse del surgimiento y
desarrollo de un nuevo multilateralismo en América Latina y el Caribe, sobre
todo a partir de tres rasgos de gran trascendencia que tienen en común estos
procesos: 1) el rescate del principio del pluralismo político y económico, 2)
el desarrollo de un sentido de la solidaridad regional no visto desde las
luchas por la independencia y 3) la puesta en evidencia de la contradicción
entre el proyecto asociativo bolivariano y la concepción panamericanista, que
representa el principal factor de complejidad en el actual entramado
institucional multilateral de nuestra región.
El
gran peligro que acecha a la CELAC es la repetición de las frustraciones que
han acompañado históricamente a los diversos mecanismos regionales que la han precedido,
en los que ha prevalecido la escasez de
resultados prácticos para el desarrollo de nuestros pueblos; los excesos de
reuniones, declaraciones, planes de acción y programas de trabajo mayormente
incumplidos, la burocratización ineficiente y el anquilosamiento institucional.
El pasado
mes de mayo se produjo en la Embajada de Brasil en Buenos Aires un interesante
encuentro del ex presidente Lula con intelectuales, políticos y dirigentes
sociales. Allí Lula dijo, según el reporte de Martín Granovsky en el diario
Página 12, que “sin pensamiento estratégico vamos a perder lo que construimos”.
También en este encuentro, al igual que ha hecho en ocasiones anteriores, Lula
se refirió a la importancia de redefinir una doctrina o teoría de la
integración ajustada a los tiempos actuales y a las condiciones y necesidades
de América Latina y el Caribe.
Creo
que la clave del éxito de la CELAC radica en la identificación de unos pocos
objetivos y proyectos estratégicos factibles en el marco geográfico tan extenso
y diverso de su membresía, y que a la vez puedan ser de gran impacto para el
desarrollo sostenible de nuestros pueblos.
Recientemente
el Presidente ecuatoriano Rafael Correa propuso impulsar la integración y la
complementariedad mediante compras públicas de conjunto en la región, lo que
permitiría reducir costos y desarrollar industrias regionales, poniendo como
ejemplo las importantes erogaciones que hacen nuestros países para adquirir
medicamentos o insumos agropecuarios.
Este
último ejemplo me hizo recordar la desaparecida MULTIFERT, compañía
multinacional constituida en el marco del SELA para enfrentar conjuntamente y
en mejores condiciones negociadoras la adquisición de fertilizantes, cuestión
de creciente sensibilidad estratégica y cuya tendencia hacia la carestía y la escasez
impacta negativamente a todos los países latinoamericanos y caribeños. Esta
iniciativa no pudo sobrevivir la ola neoliberal de los años 90 y hasta hoy nos
hacen creer que se trata de proyectos inviables e innecesarios. Obviamente,
cualquier decisión para retomar acciones mancomunadas de esa naturaleza
chocaría de frente contra grandes intereses establecidos y actores muy
poderosos que siempre buscarán perpetuar la fragmentación y la subordinación de
América Latina y el Caribe, pero quizás precisamente se trata del tipo de
propuestas que deben ser pensadas, discutidas e impulsadas por la CELAC, so
pena de caer en la irrelevancia.
A
propósito del Presidente Correa, considero que se trata de uno de los
estadistas más preclaros en términos de ese pensamiento estratégico que
reclamaba Lula. Espero que nuestra región pueda seguir beneficiándose de su
liderazgo incluso después que concluya su recién renovado mandato presidencial.
Correa podría ser, por ejemplo, un excelente primer Secretario General de la
CELAC, de cuya constitución fue uno de sus más destacados impulsores.
En
la Declaración de Caracas (2011) la CELAC fue definida como el mecanismo
representativo de concertación política, cooperación e integración de los
Estados latinoamericanos y caribeños, y como un espacio común que garantice la
unidad e integración de nuestra región. Igualmente se estableció como misión llevar
a la realidad el compromiso político de defensa de la unidad y la integración,
la cooperación, la complementariedad y la solidaridad.
El
desarrollo de la CELAC enfrenta la tensión o el dilema subyacente de cómo
lograr que la unidad entre sus miembros prevalezca sobre los diversos intereses
políticos y las contradicciones ideológicas. En ese sentido, la sola
constitución de este foro fue justamente considerada como un hito histórico en
el desarrollo institucional y el fortalecimiento de la identidad de nuestra
región, un verdadero milagro político solo posible a partir de la concurrencia
de una coyuntura política particularmente favorable y de líderes
extraordinarios, de quienes me limito a recordar aquí a Hugo Chávez, ya en ese
momento enfermo, coronando brillantemente dicho proceso constitutivo en la
Cumbre de Caracas del año 2011.
Este
dilema subyacente ha podido ser resuelto hasta el momento sobre la base de los
principios del consenso, la flexibilidad y la participación voluntaria en las
iniciativas, aunque habrá que evitar que estos principios se conviertan en una
receta para el inmovilismo y en un impedimento para el planteamiento de objetivos
osados y muy necesarios.
La CELAC
ha logrado avanzar ya con bastante visibilidad en su objetivo de actuar como el
ente representativo de América Latina y el Caribe en el diálogo con terceros
actores tan significativos como China, India, Rusia y la Unión Europa, así como
en organismos, foros y procesos multilaterales globales. Es una vertiente del
trabajo de la CELAC en la que hay que perseverar, incluso aunque los Estados
Unidos no acepten reconocerle esa representatividad, entre otras razones, por
la presencia de Cuba, aunque no logrará con eso evitar que la organización se
manifieste de manera justa y ejemplar, como lo hizo en su reciente rechazo a la
inclusión de Cuba en el listado sobre los supuestos Estados patrocinadores del
terrorismo elaborado por los Estados Unidos.
Por
otra parte, el proceso de la CELAC necesita trascender cada vez más las
oficinas de las Cancillerías y de otros órganos gubernamentales para involucrar
al conjunto de nuestras sociedades, estimulando decididamente la participación
(e incluso la creación) de actores y movimientos sociales que pueden determinar
que el proceso unitario formal se exprese crecientemente en un proceso unitario
real.
Como
conclusión, considero que es fundamental que la CELAC priorice el logro de
determinados resultados prácticos de impacto con la mayor economía de esfuerzos
y recursos. Todo esto se puede decir muy fácilmente en un ejercicio académico, pero
se trata, sin dudas, de un esfuerzo extremadamente complejo, que requiere de
mucha ingeniería política.
Comentarios
Publicar un comentario